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Los seres humanos necesitamos acumular información sobre los hechos para tratar de reconstruir lo sucedido. Sin embargo es imposible contar "la historia". Esta se narra, se construye desde pequeñas historias. La memoria no es el todo sino el conjunto de pequeñas memorias. La historia se cuenta, dentro de este proceso metonímico en primera persona. Es decir, son subjetividades las que narran y las que más tarde devienen en colectivo. Esta yuxtaposición de subjetividades que conforman un colectivo es la esencia del relato común.
La memoria trae el pasado al presente pero no es el pasado fáctico porque eso que sucedió, murió en su instante. El hombre lo guardó y en esa acción, en ese proceso, se intercaló entre sus sentimientos, su historia y sus sueños; esa memoria que evoca hoy, la construyó al momento de archivarla y está impregnada de su cosmovisión.
La memoria no es una verdad histórica, sino que es funcional a un grupo, a una época, a un individuo. La sociedad va construyendo el proceso donde se seleccionan ciertos elementos del pasado que se resignifican en el presente. La memoria implica una "versión" autobiográfica. En general, se trata de un pasado que se basa en hechos de gran relevancia que despiertan la necesidad de buscar elementos para ver y entender claramente qué pasó y cómo pasó o permitirse analizar en el presente cómo fue posible que algo así sucediera.
La memoria colectiva mantiene vivo lo que el grupo puede recordar. No es un acto pasado ya que no hay memoria colectiva en el pasado. Lo que recordamos, lo vivimos desde el presente. La memoria se construye en forma espontánea o deliberada. No se recuerda todo, se elige qué recordar. En vez de contar una historia, se está fabulando lo que fue en el pasado. La rememoración nunca es el recuerdo exacto sino que es la fabulación de un horizonte pasado. Nunca es igual. El tiempo falsifica lo que fue. La tradición no alcanza para comprender lo que somos hoy ya que el pasado no es fuente de legitimación del presente.
A partir de la reconstrucción colectiva de sucesos y/o elementos del pasado, los hombres forjan sus memorias individuales. Esta construcción social activa y permanente, que es la memoria, ayuda al hombre a enmarcarse en un contexto social determinado. Este falso origen común lo ayuda a identificarse con el medio. Walter Benjamin comentaba en El Narrador que la representación mediática ya no remite a ninguna experiencia propia, sino que es una representación de la experiencia y lo propio de las representaciones mediáticas es que vacían la experiencia propia.
La memoria entendida como ese espacio presente que regresa eternamente y el cine documental como ese registro, ese género fílmico que rescata y mantiene siempre vivo un trozo de historia, logra unificar el discurso audiovisual en una construcción de sentido.
Tanto la memoria como el cine documental, tienen características temporales compartidas. Ambos narran en presente situaciones pasadas. El tiempo se expande de formas extrañas en la memoria y en ella se crean redes con niveles temporales que coexisten en el presente. El cine como soporte técnico y también la memoria, en cierto sentido, responden a este juego de los tiempos.
El cine documental pega pero no lastima. Conocer el fin de la pesadilla es lo que lo torna soportable. Sabiendo que existe un presente distinto, se activa un mecanismo protector en la conciencia que nos deja ver el film pero igual no nos deja tranquilos.
Pensar el cine nos obliga a descubrir qué es lo que lo hace ser sublime, dónde reside su belleza. Deleuze, en vistas de pensar el cine en forma ordenada, realiza una clasificación de imágenes. Si es posible esta categorización, también puede ser plausible un encasillamiento de otros elementos constitutivos del cine, como rasgos de esa belleza. Hasta qué punto no se vuelve engañoso pensar el cine o asignar clasificaciones a imágenes, de forma que concluyamos otorgando distintos grados de arte dentro del mismo arte.