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Estamos atravesando un momento histórico signado por un nuevo régimen del biopoder donde la fusión entre el hombre y la técnica parece haberse profundizado. El avance de lo posible, la construcción de una nueva biopolítica que conlleva un nuevo entendimiento del cuerpo, la redefinición de la medicina y la concepción de salud y enfermedad son algunas de las principales marcas que consolidan esta sociedad post disciplinaria. Pero esto no es inocente. La manipulación genética comienza con un nuevo régimen de poder y saber, asociado al capitalismo postindustrial. El mundo que conocemos hoy es aquel en el que comienzan a plantearse debates éticos como por ejemplo, quién debe vivir y quién morir durante la pandemia del Covid-19.
Transición a la sociedad post industrial
Uno de los fenómenos más significativos de las sociedades industriales fue la constitución de un tipo de poder sobre el hombre en tanto ser vivo. Para la antropóloga Paula Sibilia en la época en que Darwin dio a conocer los mecanismos de la naturaleza, los fenómenos biológicos propios de la especie humana ingresaron en los ámbitos del saber y del poder conformando todo un arsenal de técnicas para controlarlos y modificarlos, haciendo nacer la idea de población como un problema político a ser administrado.
En las sociedades pre-disciplinarias la tecnología de poder era la de soberanía con el derecho de espada, que consistía en hacer morir o dejar vivir. La sangre cobra protagonismo a partir de duelos y batallas. Pero como diría Deleuze, en las sociedades disciplinarias esta lógica se invierte por el poder de hacer vivir o dejar morir. ¿Por qué? Porque es necesario insertar al hombre en el nuevo sistema de producción capitalista. Concretamente ese poder sobre la vida o biopoder se desarrolló en el siglo XVIII de dos formas: la primera se centró en el cuerpo como máquina. La segunda forma, la biopolítica, se centró en el cuerpo-especie, que sirve de soporte para los procesos biológicos: los nacimientos, la mortalidad y el nivel de salud. Todos estos asuntos los toma a su cargo una serie de intervenciones y controles reguladores sobre la población, entendida como un conjunto heterogéneo a ser administrado. Michel Foucault explica que la biopolítica es la manera de cómo se intentó racionalizar los problemas propuestos a la práctica gubernamental por "los fenómenos propios de un conjunto de seres vivos constituidos en población: salud, higiene, natalidad, razas" [i] desde el siglo XVIII. La disciplina en cambio, se trata de la distribución de los individuos en el espacio en una arquitectura panóptica. Una microfísica del poder que busca imponer un orden de tipo celular a través de instituciones de encierro que funcionan como una ortopedia social: la fábrica, el hospital, la escuela, la cárcel, el cuartel militar. El cuerpo, al convertirse en blanco para nuevos mecanismos de poder, se ofrece a nuevas formas de saber como por ejemplo la psiquiatría, la medicina y a partir de la mensurabilidad del tiempo productivo también permite nuevos saberes provenientes del trabajo en la fábrica con el taylorismo y el fordismo. Es decir "la disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de obediencia)".[ii]
El objetivo de la biopolítica era organizar la vida, cultivarla, protegerla, garantizarla, multiplicarla, regularla, en fin: controlar y compensar sus contingencias, delimitando sus posibilidades biológicas al encuadrarlas en un formato pre-establecido y definido como "normal". De esta forma empezaron a administrarse de manera racional y efectiva todos los proceso inherentes a las poblaciones vivas: natalidad, mortalidad, morbilidad, procreación, lactancia, epidemias, endemias, envejecimiento, incapacidades físicas y efectos del medioambiente. Los viejos engranajes del biopoder también se han embarcado en el proceso de digitalización en esta era de la información.
Sin embargo, nada nos preparó para este estilo de vida que estrenamos mundialmente en marzo del 2020 donde el hogar se convierte en espacio disciplinador, el cuerpo se acostumbra a trabajar, socializar y ejercitarse en casa, cambiar hábitos, rutinas, indumentaria, alimentación, hobbies mientras vemos la vida pasar por la ventana.
Y sus consecuencias se hacen evidentes: la sólida estructura de la sociedad industrial está mostrando las grietas de su sistema y a medida que pierde fuerza la vieja lógica mecánica de las sociedades disciplinarias (cerradas, progresivas, analógicas), emergen nuevas modalidades digitales (abiertas, fluidas, continuas y flexibles) que se dispersan aceleradamente por toda la sociedad. El modo de funcionamiento de los nuevos dispositivos de poder implica una nueva lógica que opera con la inmediatez. Con la decadencia de aquella sociedad industrial poblada de cuerpos disciplinados, dóciles y útiles, decaen también figuras como la del autómata, el robot y el hombre-máquina. En este nuevo régimen digital, los cuerpos contemporáneos se presentan como sistemas de procesamiento de datos, códigos, perfiles cifrados, memorias virtuales dejando de lado su clásica configuración humana y solidez analógica para lo programable y esperable. Tal vez la configuración humana tal como la conocíamos, esté llegando a su propio límite y las viejas formas de resistencia a los embates del biopoder, parecen haber perdido su efectividad dando lugar a nuevas modalidades cada vez más efímeras.
Momento de nuevas redefiniciones
En la antigüedad Aristóteles hacía una diferencia entre el vivir, que consistía en que la gente se vuelque constantemente a la ilimitada adquisición de riqueza, del vivir bien que se condice con una vida ética en la que el hombre se compromete con el bienestar de su familia, amigos, con la polis y sus instituciones sociales. Actualmente hay una construcción social de sentido que asocia a la "buena vida" o al "buen vivir" con una vida materialmente segura. Al igualar el vivir bien con el vivir abundantemente, el capitalismo trató de demostrar que la libertad está más identificada con la autonomía personal que con la abundancia, y también esta supuesta libertad está vinculada a identificar el poder sobre la vida que con el poder sobre las cosas y la naturaleza.
Una nueva construcción biopolítica de los cuerpos está emergiendo a partir de las diversas transformaciones ocurridas en los últimos años, trayendo consigo nuevos saberes y poderes disciplinarios. El biopoder reinante divulga el imperativo de la salud intentando evitar que se manifiesten los "errores" en el cuerpo (o enfermedades) entendidos como probabilidades en la genética tanto en lo individual como en lo social.
[i] Foucault, M. (2007) Nacimiento de la biopolítica. Curso en el Collège de France (1978-1979). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.[ii] Foucault, M. (1986) "Los cuerpo dóciles", en_ Vigilar y castigar_. México: Siglo XXI Editores. P.142[iii] Sibilia, P. (2005) Biopoder, en _El hombre postorgánico. Cuerpo,subjetividad y tecnologías digitales._ Buenos Aires: Editorial Fondo de Cultura Económica. P. 159